jueves, 15 de julio de 2010

Impresiones de mis dos primeros días en Japón - Tokyo

Bueno ya se  han cumplido dos días que estoy aquí y por ahora todo marcha bastante bien. La adaptación no fue especialmente difícil los habitantes son en general algo fríos pero educados, por ahora con algo de inglés dos palabrillas de japonés y un poco de espíritu aventurero hemos salido de todas.

El tiempo nos ha respetado y si no fuera por la tremenda sensación de humedad sería muy agradable.

Ya hemos podido disfrutar de un Sento o baño típico japonés, comer autentica comida japonesa, perdernos en el increíble entramado de tren de Tokyo y visitar varios de sus barrios más ajetreados y comerciales. Aún nos falta reconciliarnos con esa otra parte de Japón, más tradicional y espiritual, pero de momento, por medio tenemos la excursión al Fuji que esperemos no sea pasada por agua como parecen anunciar algunos pronósticos.

La agenda va muy ajustada y no puedo escribir demasiado.  Aún así ya voy preparando ya los artículos completos por días y espero colgar pronto algunas fotillos.

Seguiremos informando.

martes, 6 de julio de 2010

Londres día 3 - 04 de Julio de 2010

Hoy adelantamos un poco la hora de inicio de la jornada ya que teníamos que recoger las maletas, preparar nuestra salida del hotel y por último estar sobre las 3 de la tarde en la estación de autobuses para volver al aeropuerto. Así que desayunamos, registramos nuestra salida del hotel y dejamos las maletas en recepción. Y  así un día más nos dirigimos a la estación de metro de Gloucester Road sin olvidar que tendríamos problemas de nuevo con líneas.



Tras nuestro ya casi rutinario paseo alcanzamos la catedral Saint Paul. De día tenía otro ambiente, más aún cuando hoy era domingo y se preparaban para la eucaristía. La iglesia es imponente por dentro y por fuera. Me llamó la atención la llamada a misa, en la cual las campanadas de aviso van sincronizadas de torre en torre creando una singular sensación de música en movimiento. En el pequeño vistazo que echamos dentro no pudimos llegar a descubrir las tumbas de Nelson y del duque de Wellington ya que se nos echó encima la hora del oficio.



Desde la catedral nos dirigimos al puente del milenio para cruzar de nuevo el Támesis. La ronda  de fotos de rigor incluía  vistas de la ciudad desde todos los ángulos posible. 






Tras cruzar, sin tiempo para echar un vistazo siquiera a la Tate of Modern Art, nos dirigimos por el Southbank hacia el Tower Bridge.  En nuestro paseo pudimos observar de pasada algunos iconos turísticos de la ciudad como el exterior del Globe Theater, reproducción del teatro de Shakespeare,  el museo de la prisión de Clink, la réplica del barco del corsario Drake, la catedral de Southward o el HMS Belfast barco de la armada británica que sirvió en la 2ª guerra mundial.







También pasamos por debajo del anodino puente de Londres antes de llegar a nuestro destino donde convergian el tower bridge, la torre de londres y el city hall.







Nuestra idea original incluía un crucero por el Támesis hasta Greenwich pero a esas alturas del rio no veíamos claro donde estaba el embarcadero. Antes de perder el tiempo dando vueltas como nuestra agenda estaba muy ajustada decidimos atravesar puente para  coger el  DLR en la otra orilla.



El DLR (Docklands Light Railway) es un sistema de tren automatizado que da servicio a la ciudad financiera de las docklands y otras zonas de la parte este de la ciudad Paso por la ciudad financiera y bajo tamesis a Greenwich.



Nuestra parada era Cutty Shark muy cercana al museo naval y donde de no haberse incendiado unos años antes hubiéramos podido disfrutar del mítico barco que transportaba té desde la India y que tenía fama de haber sido el más rápido de su época. Con el tiempo justo nos dirigimos a través de la las calles de Greenwich hacia el Observatorio Real. 




 Atravesamos los el museo de la marina y sobre una colina  cuyos terrenos circundantes estaban llenos de gente que había venido a pasar un domingo relajado, pudimos distinguir el observatorio.



La cantidad de gente aumentó según subíamos las empinadas laderas de la colina y al llegar encontramos un bullicioso edificio cuajado de referencias a la hora universal y al meridiano 0. Como era de esperar las fotos más típicas, una con el reloj de referencia y otra con el meridiano pasando bajo tus pies tenían cola para poder hacerlas y si algo no nos sobraba era tiempo.






 El observatorio tenía varias exposiciones permanentes, un planetario y permitía el acceso a varios telescopios, pero eso quedaría para otro viaje. Sin embargo si tuvimos la ocasión de ver como en las horas en punto cae una bola a lo largo de un mástil en lo alto del observatorio. Una simple curiosidad.



No había tiempo para más, nuestra estancia en Londres tenía las horas contadas y tocaba volver con cierta diligencia a por nuestras maletas. Quedaba por tanto totalmente descartado por este viaje el crucero por el Támesis y nos dirigimos de nuevo a la estación del DLR.



Tras viajar a través de medio Londres, regresamos por última vez al apartamento. Para poder ir más rápido nos dividimos en dos grupos lo que luego nos trajo un poco de cabeza a la hora de juntarnos de nuevo y como los líos nunca vienen solos tuvimos un último percance con la tarjeta de transporte que acabo sin mayores consecuencias y con el encargado de la estación mirándonos con lastima como si fuéramos tontos de remate.

Nuestro último trayecto en metro nos dejó en la estación Victoria de trenes, desde allí a paso ligero a la de autobuses, que no quedaba muy lejos. Nuestro autobús llego con un poco de retraso a la estación pero como teníamos margen de tiempo no llego a inquietarnos.



 Casi dos horas más tardes llegábamos al aeropuerto de Stansted, pasamos los controles de seguridad y nos dirigimos a comer alrededor de las 5 de la tarde, última comida típicamente inglesa con pastel de buey incluido. Mientras, en el restaurante pudimos comprobar que los retrasos son como los virus y se contagian, antes había sido el autobús y ahora era el turno del avión.



 Con 50 minutos extra tuvimos tiempo para gastar las últimas libras en las tiendas del aeropuerto y dirigirnos con mucha calma a la puerta de embarque. Tuvimos suerte y el tiempo que habían calculado en los monitores de retraso fue bastante exacto así que no llegamos a desesperar. Una vez en el avión nos dieron la puntilla comunicándonos que aún debíamos esperar 30 minutos más. 




Afortunadamente ese fue el último retraso del día y tras 2 horas de vuelo aterrizábamos en  Madrid a las 11:30 de la noche.
Era el punto y final a tres días intensos de viaje, cansados pero contentos nos dirigimos a casa no si antes preguntarnos  cuando y a donde sería el próximo viaje familiar.  

Londres día 2 - 03 de Julio de 2010

Hoy la hora de reunión eran las 9 de la mañana para tomar el desayuno en el apartamento. Aunque aquello era un poco el camarote de los hermanos Marx con la mini-cocina y usando hasta la cama como asientos  ha sido muy agradable y creo que ayudó a empezar con energía el día.



El programa para esta mañana era visitar el mercadillo de Portobello en Nothing Hill y después dirigirnos al centro. Tras llegar a la estación, cada vez más familiar de Gloucester Road, nos encontramos con una sorpresa desagradable. Por obras de mejora, la línea circular estaba cerrada y la District cortada al menos en el tramo que nos interesaba. Mientras intentábamos saber que autobús podía ayudarnos a salvar el pequeño escollo decidimos avanzar hasta la estación de South Kensington donde pudimos ver aunque solo por fuera (ya habrá otra ocasión mejor) los museos de Ciencia e Historia Natural.


Desde allí localizamos una línea de autobús que nos acercaba hasta Nothing Hill Gate y no dudamos en cogerla para que nos dejara unos minutos después muy cerca de  nuestro destino. Tras un poco de callejeo siguiendo el rastro de gente  que empezaba a acumularse, encontramos portobello road y en su inicio las primeras tienda impregnadas del ambiente del mercadillo. 


A medida que avanzábamos por la calle los puestos y las tiendas iban apareciendo a los laterales, hasta convertirse en un autentico mercado a rebosar de gente flanqueado de pintorescas fachadas.


Nos mezclamos con el bullicio, pudimos disfrutar una limonada inglesa preparada en la calle  y todos encontramos la compra de algún recuerdo o detalle que andábamos buscando. El tiempo se nos fue rápidamente de las manosy sin haber terminado de recorrer el mercadillo decidimos que era momento de poner rumbo al centro de Londres y comer por allí.


Cogimos el metro de Nothing Hill,  que por suerte si funcionaba, y pusimos rumbo a Trafalgar Square. Al llegar nos encontramos bastante gente en los alrededores y la enorme plaza presidida por el monumento a Nelson cortada al tráfico, poco tardamos en darnos cuenta de que el colectivo gay de Londres había elegido Trafalgar Square para ser el centro de actividades del día del orgullo gay. 



Ajeno a todo este follón el estomago comenzaba a rugir, así que guié a mi familia al único restaurante cuya localización recordaba de mi anterior visita a Londres y del guardaba grato recuerdo, un restaurante ítalo-americano llamado Little Frankie´s.


No habíamos terminado siquiera de comer cuando la fiesta del orgullo gay empezó su apogeo, se escuchaba música, la gente se agolpaba contra las vallas y se veía un constante ir y venir de gente de la organización. Así que al salir del restaurante, nos encontramos acompañando el desfile de cuerpos del ejército, policías y otros grupos de funcionarios del estado que reivindicaban su derecho a ser homosexuales, hacia Westminster.  



Poco después dejamos atrás tan pintoresco evento y retomamos nuestra visita, la siguiente parada era Downing Street, hogar del primer ministro James Cameron. Debido a la seguridad y la aglomeración de gente no conseguimos grandes fotos, pero tachamos una nueva casilla en nuestra de de lugares típicos visitados.


Por fin llegamos de nuevo al Big Ben y las casas del parlamento y después de otra buena ronda de fotos, cruzamos el Támesis rumbo a la noria más grande del mundo, el London Eye.





 Habíamos reservado desde Madrid la entrada con acceso rápido y flexible en hora. La flexibilidad de horario era fundamental en un viaje relámpago como el nuestro, para que la agenda cundiese un poco, pero podíamos tener duda con respecto al acceso preferente que encarecía entorno a 8 libras cada entrada. Pronto descubrimos que había sido un total acierto. Tras salir del centro de reserva de tickets con nuestras entradas y unas originales guías de lo que se veía desde la noria, nos encontramos con dos colas, la rápida (la  nuestra) y la normal. La segunda no sólo era enormemente superior en tamaño a la primera sí no que además  parecía no avanzar. Pasamos unos sencillos controles de seguridad y escasos minutos después nos encontramos a las puertas de las cabinas. 




Subimos en marcha a una ellas según nos indicaban los operarios y ahí comenzó la tortura. Hacía un sol esplendido que convertía la cabina en un solárium pese a los esfuerzos de una solitaria maquina de aire acondicionado por refrigerar el ambiente. 


Fue entonces cuando me acorde del cartel del centro de atención que recomendaba, los días de sol, subir con una botella de agua. El intenso calor desmereció mucho la experiencia ya que nos mantuvimos más atentos a buscar las zonas refrigeradas de la cabina que a las espectaculares vistas y es que el calor en algunas zonas llegaba a causar verdadera ‘fatiguita’.


Terminada la singular experiencia y con el cansancio acumulado decidimos volver a los apartamentos para descansar un poco antes del partido de cuartos de final de la selección española, para el que habíamos reservado entradas en un local de la city, y donde esperábamos encontrarnos con un buen puñado de forofos españoles.



Así que emprendimos la vuelta a Trafalgar Square, esta vez pasando junto a la estación de Charing Cross. La fiesta gay por supuesto seguía sin descanso y la cantidad de personajes que nos encontramos camino del metro fue interminable, incluido uno de los policías encargados de la seguridad que posiblemente sea el tío más enorme con el que me haya cruzado nunca.

Ya en el apartamento aparte de descansar aprovechamos para refrescarnos y coger nuestras pinturas, camisetas y pulseras de España para animar a la selección. También fue el momento de mirar mi móvil y encontrarme una agradable sorpresa, un par de compañeros que andaban por Inglaterra de mochileros se habían acordado de mandarme un mensaje. Quedamos en vernos después del partido.
Bien pertrechados y con la reserva que el día anterior habíamos tenido que imprimir en un internet café, nos dirigimos a ver el partido. Nos bajamos en el metro de Saint Paul, el local el Murdock bar estaba situado a unos 600 metros y nos encontramos que habían montado una gran  fiesta española con pantalla gigante para ver el futbol incluida. La primera sensación fue muy buena, pero enseguida se convirtió en algo decepcionante. Con el pequeño caos que había tardamos mucho en que nos atendieran, las pantallas interiores eran pequeñas y la exterior aunque enorme te obligaba a sentarte en el suelo y a ver el partido sin sonido. De todas formas todo quedo olvidado en cuanto empezó el partido. Tras casi dos horas de nervios, la euforia estallaba y la gente entonaba canticos  al son de una selección de fútbol que había alcanzado las semifinales de un mundial.

Antes de emprender la vuelta hacia South Kensington para cenar y regresar al apartamento intenté ponerme en contacto con mis amigos pero tuve  poco éxito, así que emprendimos la vuelta. Ya en las cercanías del apartamento con la cena en ciernes sí que pude contactar con ellos pero el momento no era bueno, así que quede en llamarles al día siguiente.

Entre unas cosas y otras se nos había hecho un poco más tarde de lo que hubiésemos deseado para cenar. Así que intentando no acabar en un restaurante de comida rápida o que nos dijeran que la cocina estaba cerrada, terminamos en un local de la cadena Illy. 



El sitio era tanto cafetería como restaurante, y aunque la carta era simplona pudimos disfrutar de pizza y patatas rellenas. En mi caso, de las típicas judías guisadas con tomate inglesas. Por último aprovechándonos de que era cafetería pudimos probar en el postre distintos tipos de tarta, aunque no era lo más fino que he probado tengo que reconocer que me supo estupendamente.


La jornada había terminado, así que volvimos al apartamento a descansar y yo casi me quedo dormido con el ordenador en las manos intentando dejar escrito lo principal para el blog.

lunes, 5 de julio de 2010

Londres día 1 - 02 de Julio de 2010

Esta mañana ha sonado el despertador a las 4 de la mañana para recordarnos que nuestro tempranero vuelo a Londres salía a las 6:30. 


Así que tras quitarnos las legañas, dejar la casa en condiciones para la vuelta y recorrer unos cuantos kilómetros en coche nos hemos plantado en Barajas ligeramente pillados de tiempo.
Unas carreras, los tradicionales controles de seguridad y un poco de nervios han sido nuestros últimos compañeros en Madrid hasta coger el avión.


Y ya está, acababa de comenzar el viaje. Atrás quedaban meses de pequeños preparativos y nos esperaban los resultados, la experiencia real.


A las 7:45 hora de Londres con diez minutos de antelación sobre la hora prevista, nuestro avión tomaba tierra en Stansted un lugar donde en boca de nuestros compañeros de vuelo 'sólo se ve campo y ni una sola ciudad', allí apartados de la mano de Dios y con un sol que parecía darnos la bienvenida, pasamos con mayor o menor celeridad los trámites de inmigración y nos enfrentamos a nuestra primera prueba en territorio inglés, obtener billetes para Londres.  Prueba superada con éxito notable (si ya sé que esta era de las fáciles, pero hay que estar ahí con nervios y dudas incluidas)


Con el buen sabor de boca de un trabajo bien hecho, nos dirigimos a desayunar durante el tiempo que teníamos hasta la salida de nuestro autobús. Tras reparar fuerzas emprendimos de nuevo la marcha y gracias a un poco de suerte pudimos coger el bus 20 minutos antes, tiempo que nos  iba a hacer falta ya que hasta la estación victoria el tiempo aproximado del viaje era de 1h 45m, aunque largo el recorrido nos proporcionó, por otro lado, una aproximación muy interesante a la ciudad pasando de los tranquilos y singulares barrios de las afueras hasta las bulliciosas calles del centro. Viendo la variopinta jungla urbana de esta ciudad que incluye desde rabinos en tiendas kosher a millonarios kuwaitís conduciendo su bugatti veyron como si tal cosa, abarcando todo  el espectro de rangos sociales, credos y razas que uno pueda imaginar.
Otro pequeño detalle del paseo en autobús fueron las sensaciones que produce ver conducir al revés, para cualquier conductor experimentado ver como se toma una rotonda al contrario de lo que te pide el cuerpo es cuanto menos singular.


El caso es que por fin sobre las 11:00 de la mañana habíamos llegado a la estación Victoria y pisábamos por fin suelo Londinense. Antes que nada nuestro objetivo era deshacernos del engorro de las maletas y eso implicaba acercarnos hasta los apartamentos que habíamos reservado en la zona de South Kensington, así que enfilamos directos la estación de metro, cuyo hall a esas horas estaba abarrotado de turistas como nosotros, dispuestos a probar nuestras flamantes Oyster Cards. Resultó una experiencia agridulce ya que aunque las tarjetas son un gran invento y muy fáciles de utilizar, la inexperiencia nos granjeó algún momento incómodo. (Para quien no la haya usado nunca y pretenda hacerlo un solo consejo, cuando vayáis a acceder al transporte o a recargarla mantenerla apoyada suavemente sin moverla en las superficies de lectura os ahorrareis quebraderos de cabeza) 


Sin más novedades, cogimos en metro hasta la estación de Gloucester Road y desde allí con sólo algún problema menor de orientación y un ligero paseo llegamos a los apartamentos Aston.


Las habitaciones resultaron relativamente pequeñas pero acogedoras. Entre los valores positivos del alojamiento destacan la comodidad de las camas y un ambiente muy tranquilo que permite descansar a pierna suelta. Como punto negativo destacaría el baño que a todas luces resulta pequeño e incomodo.




 Una vez instalados decidimos hacer algo de compra pensando sobre todo en los desayunos. Esto nos permitió conocer la cadena Tesco express, pequeños supermercados abiertos las 24 horas.


Tras la compra de comida empezamos realmente nuestra visita a la ciudad, así que porque no continuar de compras visitando Harrods. 


Para aquellos que no habían estado antes fue  una experiencia singular y es que resulta realmente asombroso el  nivel a al detalle y la sofisticación de sus gamas de productos desde su increíble sección de comestibles hasta la sección de bolsos. 


Saciada nuestra vena consumista abandonamos  los grandes almacenes y nos dirigimos rumbo al palacio de Buckingham. Ya cerca del palacio decidimos pararnos a comer y a recargar un poco de energía. Más por suerte que por talento y tras un larga caminata nos decidimos por el Bumbles Restaurant. 


La decisión fue un rotundo éxito, comimos de menú por un precio básico (sin incluir servicio ni bebidas) de 10 libras que incluía un tradicional plato de fish & chips del que disfrute mucho.


Cargados de nueva energía, abandonamos el restaurante para dirigirnos al palacio. Solo un ligero paseo para plantarnos ante la casa de su majestad Isabel II. 


El edificio clara réplica de Versalles como otros palacios europeos, no llama tanto la atención como sus particulares guardias. Ejercimos un rato de típicos turistas realizamos nuestra fotos en la plaza frente a la entrada y continuamos nuestro paseo hasta el próximo objetivo.




Bajamos a Westminster atravesando los parques que rodean el palacio. El gentío era considerable entre turistas y locales, pero era pobre comprado con la cantidad de aves que habían hecho del pequeño espacio verde su cuartel general. 




Al salir del remanso de paz que suponía el parque  chocamos con el ambiente y ajetreo  que emanaba de toda la zona circundante al parlamento y a su famoso reloj el Big Ben. 




Estar frente a un icono que conoces desde hace mucho tiempo pero nunca habías podido contemplarlo de cerca con tus propios ojos suele ser una experiencia altamente gratificante y en este caso la enorme torre de reloj símbolo inequívoco de Londres no decepciono. 






Con esa ilusión cumplimos con las fotos de rigor y, prometiéndonos una nueva visita, cogimos el metro para poder acercarnos al museo británico. Posiblemente el mejor museo arqueológico del mundo.





Aunque se trata de una  verdadera joya, el largo día había mermado nuestras fuerzas, así que realizamos una visita corta y vimos sólo un poco de las excelentes colecciones que el museo posee.






 Centrándonos tan sólo en  las piezas clave cómo la piedra de Roseta o los frisos del Partenón. Tras la visita relámpago tomamos un respiro en los exteriores del museo. A esas alturas de la jornada las caras de cansancio eran más que evidentes, pero aún había que regresar al apartamento.


Así que la mejor manera que encontramos fue continuar por Oxford Street, un rato andando para poder ver el Soho y algunas de las muchas tiendas de moda que flanquean la calle y después en autobús a fin de no acabar con las pocas fuerzas que nos quedaban, mientras seguíamos ojeando el fluir de la ciudad. Al ser viernes por la tarde no pudimos evitar encontrarnos metidos en medio de la aglomeración que en Oxford Circus alcanzaba su punto álgido. Aún con todo considero que fue una experiencia reveladora del verdadero bullicio de una gran urbe como es Londres y creo que me acordaré por mucho tiempo de las increíbles escenas de tráfico que se producían entre los taxis-bicicleta, los autobuses y el resto de tráfico rodado.





De vuelta en el apartamento pudimos tomar un merecido descanso hasta la hora de la cena, ya que a pesar de todo lo acumulado nos podían las ganas de seguir viendo cosas.
Nuestra salida nocturna se enfocó a Picadilly, donde nos pudimos encontrar con los famosos anuncios de neón, la estatua de eros y sobre todo la gran cantidad de gente joven que establece en esta plaza su principal referencia para salir. Creo que no tengo fotos donde se vean claramente esas tropas de adolescentes a la búsqueda de la diversión que promete el fin de semana.



Paseando un poco por los alrededores dimos con el barrio chino y se decidió que podía ser un buen sitio para cenar, mi hermano se decantaría por un pequeño restaurante oriental galardonado con una estrella Michelin, donde pudimos disfrutar de una fantástica cena. 






Con eso dimos por concluido el día y nos retiramos al apartamento pensado que a la mañana siguiente nos espera mucho más.