martes, 24 de agosto de 2010

Día 1 - Tokio - miércoles 14 de julio de 2010

Tras el eterno viaje de avión llegamos al aeropuerto de Narita en las cercanías de Tokio, nada más desembarcar la humedad vino a nuestro encuentro, para darnos la bienvenida y ya no nos abandonaría hasta montar en el avión de vuelta. Tras los controles de inmigración y aduanas, que incluyen foto, huellas digitales y las típicas preguntas de, ¿dónde se va alojar?, ¿motivo del viaje?, ¿lleva usted drogas o algo peligroso? y ¿tiene usted algo que declarar?, nos encontramos en suelo japonés con tres objetivos primordiales en mente:


1º Conseguir el Japan Rail Pass y la tarjeta Suica antes de abandonar la terminal de Narita.

2º Aprovechando que el tren del aeropuerto nos acercaba hasta Shinjuku y que hasta las 4 no podíamos hacer el check in del albergue, reservar en dicha estación los billetes de autobús para ir hasta el monte Fuji.

3º Por último, con los principales trámites del viaje, por fin resueltos dejar los bultos y poder empezar a disfrutar de la ciudad.

Ya en el primero de los objetivos, que era muy sencillo, empezamos a notar el embotamiento del viaje y el aturdimiento inicial de estar en un sitio desconocido y tuvimos que preguntar en los mostradores para evitar dar vueltas como tontos buscando la oficina de Japan Rail donde obtener el pase de tren y la tarjeta Suica. (Para futuros viajeros comento que basta con bajar la escalera en dirección a la terminal de tren)

En la oficina fue todo como la seda, el personal era muy amable y se notaba que estaba acostumbrado a tratar con todo tipo de viajeros. Unos 15 minutos después de entrar por la puerta nos encontrábamos en el andén del Narita Express armados con nuestras tarjetas de viaje y ansiosos por llegar a Tokio.

Poco después de salir del aeropuerto, a través de las ventanas del tren por fin empezamos a observar Japón, sus característicos edificios que abarcan desde las pequeñas casas unifamiliares a los espigados bloques de viviendas o los aparcamientos verticales, su paisaje verde y exuberante después de la época de lluvias, sus campos de arroz, sus carreteras y algunas otras curiosidades como esos postes eléctricos que inundan todas sus calles o las inmensas redes de los campos de beisbol, todo era novedad y los ojos parecían no ser capaces de almacenar tanta información en tan poco tiempo. A pesar del cansancio y de la noche sin dormir en el vuelo, el sueño no dio señales de presencia en ningún momento. Al acercarnos a la megalópolis de Tokio el paisaje se transformó, las barriadas se iban volviendo más densas y una jungla de hormigón nos envolvió casi sin darnos cuenta y al poco nos sumergimos bajo tierra para acceder a la estación de Tokio, la más importante de la ciudad por ser núcleo de trenes de alta velocidad o Shinkansen y por estar situada en el imponente distrito de Ginza. Poco pudimos ver de Tokio de allí hasta que nos bajamos en la estación de Shinjuku, salvo la maraña de líneas de tren y las murallas de edificios que se extienden junto a estas. Si la estación de Tokio es importante por ser distribuidor de alta velocidad, la de Shinjuku es posiblemente la más ajetreada de la ciudad y me atrevería a decir que de Japón. En ella se juntan las líneas urbanas más importantes de tren, varias líneas de metro, la cabecera de dos líneas privadas, la línea Tokaido de alta velocidad y una estación de autobuses. Si a todo eso se une los centros comerciales que se encuentran junto a la estación, la incesante vida de ocio del propio distrito y la cercanía de la sede del gobierno municipal tenemos como resultado la estación que nos encontramos. Un auténtico laberinto de pasillos, terminales y salidas con un movimiento de pasajeros que puede llegar a marear.

Obviamente con la empanada mental que llevábamos y en semejante hormiguero, nos perdimos. Tras bajar del tren salimos a la calle, donde pudimos sentir por primera vez después de 20 horas de viaje, aire ‘no acondicionado’ en la cara y nos dirigimos a la primera entrada grande que vimos de la estación de Shinjuku. Allí esperábamos que fuera fácil encontrar el centro de atención al viajero de la compañía Odakyu donde debíamos poder comprar nuestros billetes de autobús para el viernes pero nos equivocamos. Tras entrar y no ver de primeras el sitio ni indicaciones claras de cómo llegar, empezamos a dar vueltas, nuestros dos primeros intentos nos llevaron a un centro comercial y a los tornos de entrada del tren, obviamente la cosa no pintaba bien. Afortunadamente dos tíos con mochilones enormes, con cara de perdidos y discutiendo entorno a una hoja de papel deben llevar escrito en la cara, ¡ayúdenme por favor! Una señora muy amable, se ofreció ayudarnos, le dejamos el plano y le dijimos donde queríamos llegar. Enseguida se dio cuenta del error que habíamos cometido, habíamos entrado a la estación por el acceso sur, cuando lo que buscábamos estaba en el acceso oeste. Nos explicó que la forma de llegar era salir a la calle y nos dio indicaciones para no perdernos de nuevo. A estas alturas las mochilas ya empezaban a pesar. Tras un pequeño paseo, en el que encontramos un restaurante que preparaba paella, alcanzamos la esquiva entrada oeste.

Estando en el sitio correcto todo fue más sencillo, encontramos sin problemas el centro de atención al viajero y pudimos sacar nuestros billetes de autobús.

Más relajados al encontrarnos de nuevo ubicados y con los trámites del día cumplidos intentamos salir por Shinjuku a comer algo. Miramos un sitio en la guía e intentamos llegar, pero al parecer lo habían cerrado. Algo desilusionados y cansados de ir con las mochilas a cuestas no nos decidimos a entrar en ningún sitio así que pospusimos la comida y nos dirigimos al albergue con ganas de dejar el equipaje y poder relajarnos.

De vuelta en la estación de Shinjuku, esta vez mejor orientados, nos dirigimos a coger un tren de una compañía privada que nos dejaría muy cerca del albergue. Justo frente a los tornos, antes de entrar vimos que había varios andenes disponibles, cuando en nuestro plano de transporte indicaba que sólo había una línea. Nuestra cara de sorpresa debió ser tal que recibimos ayuda por segunda vez en el día, un señor se ofreció a explicarnos que había varios tipos de trenes incluso dentro de la misma línea y que el que nosotros necesitábamos era el que se denomina local y para en todas las estaciones. Esa pequeña aclaración, que sería de gran utilidad para todo el viaje, nos solucionó todas nuestras dudas. Entramos, cogimos en su respectivo andén nuestro tren local y sin ninguna pega llegamos a nuestro destino. Tengo un muy buen recuerdo de ese viaje en concreto a pesar de ser un trayecto breve. El vagón tenía un aspecto retro pero acogedor con amplias y cómodas banquetas forradas en tela, no iba muy lleno ya que partíamos de la cabecera y las imágenes de los viajeros me resultaron entrañables, el señor mayor leyendo su periódico, los niños con su uniforme volviendo de la escuela, el ama de casa con la compra…

Tal vez al alejarme del bullicio de Shinjuku todo parecía más sosegado, pero creo hasta la pequeña estación de la línea donde nos bajamos para acceder al albergue era agradable. Pequeña con una única salida que daba a una calle tranquila con casas bajas y pequeños comercios. Muy cerca incluso encontramos un paso a nivel donde cruzaba la gente con sus bicicletas.

Desde la estación nos dirigimos al albergue y por fin me decidí a usar una de las innumerables máquinas de vending que se extienden como una plaga por Japón, para aliviar la sed compre un extraño aquarius tanto por su sabor difícil de describir como por el formato de lata tipo yonqui. Poco tardamos en llegar al parque nacional de la juventud en cuyo interior se encontraba nuestro alojamiento. El parque en si era un especie de complejo de centros de deporte y enseñanza adosado al parque Yoyogi. Esperamos un rato en una de las zonas habilitadas para comer, afortunadamente fue poco porque el cansancio amenazaba con dejarnos KO si parábamos demasiado. Con el tiempo ajustado al milímetro llegamos a la oficina del albergue para registrarnos, desafortunadamente mi concepto de en hora era 5 minutos temprano para la chica de la oficina, así que volvimos a esperar fuera donde pudimos observar como varios autobuses de un colegio llegaban a las instalaciones. Tras el divertido interludio esta vez sí pudimos registrarnos y la encargada nos explicó en un correcto inglés el funcionamiento del albergue. Acto seguido pasamos a ocupar nuestras habitaciones donde nos descargamos de bultos y por fin pudimos asearnos un poco y cambiarnos. La ducha tenía que esperar ya que los horarios de uso del baño estaban limitados. En los pequeños tiempos muertos David había intentado contactar con su amigo Gus que estaba estudiando en Japón y ya en el albergue pudo hablar con él y quedar en Shibuya para que nos hiciera de guía, al menos para la cena.

Decidimos acercarnos dando un paseo por el parque Yoyogi, pero para nuestra sorpresa todos los accesos estaban cerrados, intentando no desandar el camino nos dirigimos a la entrada principal por otra ruta y cuando estábamos a tan sólo 40 metros de la puerta los gritos y ademanes del guardia de seguridad del centro nos informaron que por allí no podíamos pasar ya que cruzábamos por el acceso de vehículos. Tuvimos que dar toda la vuelta al recinto, gracias a lo fanáticos que son a veces los japoneses de las normas, para poder salir por donde si estaba permitido. Ya en la calle pudimos continuar nuestra andadura hasta Shibuya sin más inconvenientes, por el camino fuimos reconociendo un poco la ciudad y haciéndonos a ella, ojeando las paradas de metro que nos quedaban cerca, comparando un poco las distancia en el plano con el tiempo que nos llevaba y en general disfrutando del paseo en un ambiente tan novedoso.

Según nos acercábamos a nuestro destino el número de gente no paraba de aumentar en especial el de chicas jóvenes vestidas a la última que distraídas con sus teléfonos móviles parecían formar parte de la decoración de las calles.

El punto culminante fue llegar al famoso cruce de Shibuya pegado a uno de los extremos de la estación con el mismo nombre. A esas horas de la tarde se congregaba en sus seis pasos de cebra una autentica marabunta de gente. Era como un hormiguero de cemento y luces de neón. Al abrirse los semáforos, desde cada acera, el bloque de gente se movía como una unidad hacía el grupo que venía de frente, se cruzaban y poco a poco el fluir de personas disminuía de intensidad hasta que se cerraban los semáforos y de nuevo comenzaba el ciclo. Estoy seguro que desde fuera, más de uno hubiera encontrado similitudes con las escenas de batalla de la película Braveheart.

Para que quedase constancia de nuestra aventura David grabó un video mientras atravesábamos uno de los pasos diagonales, al otro lado de la calle junto a un vagón de tranvía restaurado y cerca de la estatua de bronce del perro Hachiko nos encontramos con su amigo que nos esperaba. Le pedimos que fuera él, que ya llevaba unos días en la ciudad, el que eligiera el restaurante para la cena.

Tras dar una pequeña vuelta por la zona, observando la fauna de la zona, y no decantarnos por ningún sitio en concreto Gustavo nos sugirió ir a Shinjuku por donde él se movía más, así que allí nos dirigimos de nuevo. No me dejó de sorprender que esta vez utilizásemos otra Salida, esta daba a la zona del edificio Studio Alta y a la entrada del distrito de Kabukicho. A escasos 200 metros de la estación entramos en un pequeño local para cenar. Tras la cena decidimos todos, algo cansados, que había llegado el momento de dar por cerrada la jornada. Nos despedimos en la estación y quedamos para el día siguiente. Sin mayores complicaciones cogimos nuestro tren y nos dirigimos a tomar un merecido descanso.

Al llegar al albergue estaba claro que necesitábamos un baño y que mejor que disfrutar de nuestro primer Sento (baño típico japonés), nos costó un poco vencer la vergüenza pero estábamos en Japón y había que adaptarse. Tengo que reconocer que fue una experiencia muy agradable. La primera parte no es más que una ducha comunal pero en la que estas sentado en un taburete y la segunda consiste en un baño de agua bien caliente en una enorme bañera. Con el cuerpo relajado y tras un día tan largo era hora de irse a dormir. Nos tomamos 5 minutos para decidir la ruta del día siguiente y la hora de levantarse y por fin enfilamos los dormitorios. Por la mañana continuaría nuestra aventura.

domingo, 22 de agosto de 2010

Retomando el trabajo 1 mes despues

Tras dos días de viaje mi portátil sufrió un accidente mortal y el blog ha quedado en suspenso durante unas semanas dejando la aventura del viaje a Japón sin contar, así que retomaremos el hilo y aunque no es lo mismo ahora, ya que reposado y en la distancia las cosas se ven un poco diferentes al menos quedara constancia de lo principal. Espero hacer un relato completo e interesante, publicar después una pequeña reflexión global de la estancia y además dejar en el blog algunos documentos de utilidad por si alguien se decide a viajar hasta tan remoto país