viernes, 9 de abril de 2010

Encajando un puzzle o viajar cuando la pasta importa

Cuando el presupuesto de un viaje está ajustado se te plantean muchísimos dilemas. Pero antes de este viaje me gustaría reseñar 3.

El primero, en los destinos que puedes abarcar. Cómo tu cartera no se estira como los chicles no puedes tomar cualquier medio de transporte o dormir todo lo cerca que te gustaría de un determinado lugar, así que olvídate de visitar esto o lo otro y menos cuando tú quieras porque la falta de dinero te va impedir llegar. Podríamos llamar a este primer dilema, la paradoja dinero – tiempo.

El segundo de los dilemas está en la calidad y viene a ser una reflexión del tipo ‘vamos a ver, si duermo 10 días en un banco, puedo coger 2 trenes más, comer como un rey 2 días y traerme algún detalle, pero si como hamburguesa desayuno, comida y cena tal vez consiga dormir 2 noches sin que se me claven los tornillos de este maldito banco’. Obviamente es una exageración, pero realmente ajustar el presupuesto de alojamiento y manutención sin pasar penurias es una aventura. A este le llamaremos el dilema Mediamarkt o ‘yo no soy tonto’, que consiste en buscar calidad al mejor precio.

Por último, al menos en mi caso, cabe destacar otro dilema que se presenta una vez que estás en tu destino y es el desorden en los gastos. Los primeros días, la tendencia es a gastar a manos llenas, todo te llama la atención y gastas para ver esto, para comer aquello, para comprar un detalle,… Total que cuando llevas 3 días te das cuenta de que o bien racionas el dinero o te toca ir del hotel al aeropuerto andando. Regular las visitas y los gastos a lo largo de la estancia es otro gran problema, al que a falta de otra cosa mejor denominaré la paradoja de la Saca menguante.

En este punto alguien se podría preguntar ¿a cuento de qué publica esta entrada?

La respuesta es sencilla. Durante la preparación del viaje he vuelto a comprobar que si me diesen igual 8 que 80 no hubiera sido un caos la elección de fechas para coger un billete de avión, los alojamientos podrían haber sido mucho más estratégicos (lo que los convertiría en más caros, por supuesto), no tendría la sensación de que pierdo tiempo de viaje en transportes no del todo eficaces, no me hubiera preocupado que hacer con el equipaje y así un largo etcétera. Pero bueno, también hay que reconocer que de esa manera hubiera perdido un punto de gracia (y de frustración) que aporta el hecho de encajar las piezas de ese puzzle denominado presupuesto.

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